José Miguel Delgado*
La educación es un proceso, siempre inacabado, de adaptación crítica en el que se transmiten preferencias o actitudes, unos valores, y más aún, o con un tratamiento específico. Si este proceso va destinado a las personas que han sobrepasado la etapa de escolaridad inicial, al fin de que tengan oportunidades de seguir adquiriendo y perfeccionando sus aptitudes, conocimientos técnicos y profesionales y actitudes, así como de participar activamente en la sociedad y de analizarla críticamente, según sus necesidades y con criterio propio, urge educar en valores, en unos valores apreciados y compartidos por todos y que posibiliten la convivencia en una sociedad democrática.
Es preciso reflexionar sobre la exigencia moral de la práctica educativa con la pretensión de resaltar que se trata de una tarea intrínsecamente moral en donde necesariamente intervienen nuestros juicios y valoraciones
La Ética nos va a ayudar, aunque de modo indirecto, a obrar racionalmente en el conjunto de la vida entera, siempre que por razón entendamos esa capacidad de comprensión humana que arranca de nuestra inteligencia y que nos conduce a lograr las metas que perseguimos.
Después del análisis anterior, nos podemos preguntar entonces, ¿cómo educar moralmente? ¿Cómo fundamentar una educación de la moral que reconozca a los niños y niñas como sujetos de derechos y no carentes de necesidades?
Una educación de lo moral estaría fundamentada en tres principios a saber: (1) La realización humana como logro de felicidad, la cual se consigue con un alto grado de autoestima y auto posicionamiento de sí, esto permite al sujeto configurar su proyecto personal, (2) La posibilidad de entrar en diálogo con otros como opción de crecer juntos a través del reconocimiento y la afirmación, (3) Poseer unos universales mínimos que den cuenta de la realidad en que vivimos, sopesarlos, y ponerlos en relación desde los mismos sujetos implicados que construyen su propia realidad.
Educar en valores es algo que los profesionales de la enseñanza han hecho siempre, siguen haciendo y nunca podrán dejar de hacer. Toda acción educativa es ya una actividad cargada de valor, lleva implícitos unos valores. Ningún profesor, (y el de educación de personas adultas no es una excepción), puede pretender, sin engañarse a sí mismo, que se limita a realizar una labor de transmisión de los conocimientos que corresponden a su especialidad. Nunca se puede sólo enseñar, se educa siempre.
Lo que hace educativa una acción docente no es tanto lo que consigue como resultado, sino los valores educativos que pone en juego. En su práctica educativa cotidiana con personas, el profesorado hace algo más que dar clase: educa en valores.
La educación empieza por sentirnos miembros de comunidades: familiar, religiosa, cultural...pero también como pertenecientes a una comunidad política concreta. Además de ser miembros de una familia, de una cultura, de una confesión religiosa, nacemos en una sociedad, pertenecemos a una comunidad política determinada en la que tenemos la categoría de ciudadanos. La educación en valores no puede limitarse a la construcción de la personalidad moral individual, debe interesarse al mismo tiempo por formar ciudadanos.
*Estudiante de la Especialidad en Docencia Universitaria (UNERG, Venezuela)
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