Gloria Olmedo*
DEBO COMENZAR diciendo que es preciso reflexionar sobre la exigencia moral de la práctica educativa con la pretensión de resaltar que se trata de una tarea intrínsecamente moral en donde necesariamente intervienen nuestros juicios y valoraciones. La educación es un proceso, siempre inacabado, de adaptación crítica en el que se transmiten preferencias o actitudes, unos valores, y más aún, o con un tratamiento específico.
Si este proceso va destinado a nuestros jóvenes estudiantes que asisten a nuestras aulas en la universidad, urge educar en valores, en unos valores apreciados y compartidos por todos y que posibiliten la convivencia en una sociedad democrática.
La Ética nos va a ayudar, aunque de modo indirecto, a obrar racionalmente en el conjunto de la vida entera, siempre que por razón entendamos esa capacidad de comprensión humana que arranca de nuestra inteligencia y que nos conduce a lograr las metas que perseguimos.
Para Adela Cortina, catedrática de Filosofía Jurídica Moral y Política en
Para Cortina una educación de lo moral estaría fundamentada en tres principios a saber: a) La realización humana como logro de felicidad, la cual se consigue con un alto grado de autoestima y auto posicionamiento de sí, esto permite al sujeto configurar su proyecto personal; b) La posibilidad de entrar en diálogo con otros como opción de crecer juntos a través del reconocimiento y la afirmación y c) poseer unos universales mínimos que den cuenta de la realidad en que vivimos, sopesarlos, y ponerlos en relación desde los mismos sujetos implicados que construyen su propia realidad.
Educar en valores es algo que los profesionales de la enseñanza han hecho siempre, siguen haciendo y nunca podrán dejar de hacer. Toda acción educativa es ya una actividad cargada de valor, lleva implícitos unos valores. Ningún profesor, (y el de educación universitaria no es una excepción), puede pretender, sin engañarse a sí mismo, que se limita a realizar una labor de transmisión de los conocimientos que corresponden a su especialidad. Nunca se puede sólo enseñar, se educa siempre.
La educación empieza por sentirnos miembros de comunidades: familiar, religiosa, cultural, pero también como pertenecientes a una comunidad política concreta. Además de ser miembros de una familia, de una cultura, de una confesión religiosa, nacemos en una sociedad, pertenecemos a una comunidad política determinada en la que tenemos la categoría de ciudadanos. La educación en valores no puede limitarse a la construcción de la personalidad moral individual, debe interesarse al mismo tiempo por formar ciudadanos.
Quizás la única manera de compartir con los alumnos los valores básicos en los que creemos es mostrar, con nuestra práctica cotidiana, que esos valores son algo más que una hueca moralina con la que es fácil quedar muy bien: son algo tan importante que, en lugar de hablar de ellos, preferimos mostrarlos en nuestra actividad cotidiana.
*Estudiante de la Especialidad en Docencia Universitaria (UNERG, Venezuela)
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