Foucault, usos en educación

viernes, 12 de marzo de 2010

El Hombre: la ética y la felicidad

Mónica Leopardi*


El asunto fundamental del que la Ética se ocupa es la felicidad humana, más no una felicidad ideal y ficticia, sino aquella que es accesible y practicable para el hombre. Al menos así aparece en lo que podríamos llamar la tradición clásica de pensamiento moral.

Como todo ser vivo, el hombre no se conforma con vivir simplemente en una comunidad, él pretende vivir bien. Una vez garantizado el objetivo de la supervivencia, se plantea otros fines. Es por ello, que para comprender el significado de lo ético, lo primero que hace falta es entender que la finalidad de la vida humana no estriba sólo en sobrevivir, es decir, en continuar viviendo; si la vida fuese un fin en sí mismo, si careciese de un "para qué", no tendría sentido. Pues tener sentido implica estar orientado hacia algo que no se posee en plenitud. Ciertamente algo de esa plenitud hay que poseer para aspirar inteligentemente a ella: al menos algún conocimiento, a saber, el mínimo necesario para hacerse cargo de que a ella es posible dirigirse. Con todo, el dirigirse hacia dicha plenitud se entiende desde su no perfecta posesión. Soy algo a lo que algo le falta.

Cuando el ser humano piensa a fondo en sí mismo se da cuenta de que con vivir no tiene suficiente: necesita vivir bien, de una determinada manera, no de cualquiera. Dicho de otro modo: vivir es necesario pero no suficiente. De ahí que surja la pregunta: para qué vivir (la cuestión del sentido) y, en función de ello, cómo vivir. Justamente ahí comienza la Ética.

La felicidad se nos antoja, en primer término, como una plenitud a la que todos aspiramos y que cuya medida completa carecemos. Sin embargo, esa "medida" no es en rigor cuantificable. La felicidad más bien parece una cualidad. Podríamos describirla como cierto "logro". Así lo hace Aristóteles, pues para él la felicidad es "vida lograda", teniendo en cuenta que una vida, una vez vivida y contemplada a cierta distancia, examinada, analizada, comparece ante su respectivo titular como algo que sustancialmente ha salido bien; una vida, en fin, que merece la pena haber vivido.

Tal característica de lo "logrado" se especifica, a su vez, en dos modos prácticos del bien: lo que me “sale bien” y lo que “hago bien”. En la vida hay acontecimientos que salen al paso del dia a dia, y otros que surgen de manera propositiva.

En la biografía de todo ser humano se articulan elementos que él ha hecho intervenir por su propia iniciativa, de manera planificada, con acontecimientos imprevistos, y a menudo imprevisibles. Tanto unos como otros implican una importante carga ética: “lo que hago”, “porque lo he traído yo al ser, a la realidad de mi vida o del cosmos”; y “lo que me pasa”, porque aun no habiéndolo planificado, pide una respuesta, planta cara y desafía, supone un reto que obliga a poner en juego los recursos de la propia identidad moral, identidad que quedará en evidencia por la forma de encarar el destino. Si bien en el segundo aparece más bien como re-activo, en ambos casos se advierte que el ser humano es un ser activo. Y la ética pone de relieve, en primer término, esta índole activa: se refiere a la praxis humana, al obrar -activo o reactivo- que implica libertad y que, por tanto, no está sujeto a una determinación en particular.

El ser humano puede actuar o reaccionar ante una concreta situación de muy variadas maneras, y entre ellas la ética pretende poder explicar cuál es la mejor, la más correcta o conveniente de cara al sentido último de la existencia humana, a esa plenitud que, a fin de cuentas, resultará, en conjunto, del buen obrar de cada persona.

*Estudiante de la Especialidad en Docencia Universitaria (UNERG, Venezuela)

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