Tibisay Vargas Rojas
Universidad Nacional Experimental
Rómulo Gallegos
Doctorado en Ciencias de la Educación
Cátedra: Gestión Investigativa
Facilitador: Dr. Alberto Torres
Sección: 5
Hay otros mundos, pero están
en este.
Paul Éluard
COMO MANIDO PREÁMBULO
Si algo ha hermanado al hombre en
pensamiento y acción, ha sido la crisis. Del griego crisis (de krenein, juzgar), lo entendemos como
extensión: periodo de manifestación aguda de una situación. La crisis pues,
impulsa al hombre, fuera cual fuere su época o espacio, a pensar, a bucear en
abisales dimensiones, o a rielar la leve superficie de lo obvio. Todo por
resolver, salir ileso, trascender.
En ocasiones una crisis se
universaliza. La humanidad atraviesa situaciones políticas, sociales,
religiosas, o sencillamente naturales, que le obligan substancialmente a un
cambio de dirección, a otros derroteros, y surge un paradigma. De ese modo la
Antigüedad, la Edad Media, y la no tan bien llamada Modernidad, han enarbolado
paradigmas de pensamiento que han variado en función de la pluralidad cultural,
más tienen su origen en los cambios suscitados por los aconteceres de turno.
Así pues el carácter teocéntrico de la cosmovisión medieval, tuvo a Dios como
eje del mundo, subordinó la razón a la fe.
Esa afianzada relación teológica en
el Medioevo, originó una perspectiva ontológica, y un pensamiento metafísico
que orientó la factura de una doctrina del ser, y no es que el Medioevo se
desligase de la razón, sino que recurriese a ella confiando en el afianzamiento
de la fe. Y así pues, San Agustín y Tomás de Aquino entre otros, dan fe de un
universo impulsado por Dios. De igual forma, la Modernidad, surgida en la
Europa del siglo XV, desarrolló universalmente una apreciación del conocimiento
totalmente diferente a la medievalista visión de la fe. Es la duda la que
enarbola el pensamiento, del dogmatismo medieval, al escepticismo moderno,
cuelga un puente de avatares que han hecho del hombre el ente plural que llena
de páginas y acciones La Tierra.
Pero todo ello, lo escrito y lo
“hecho y entendido”, son el resultado de las “razones de un mundo”. Remontados
a los llamados clásicos, a aquella “cuna de occidente” que fue Grecia,
transitando un Medioevo igualmente occidental, y sobrenadando aun una
Modernidad con el mismo sello, se han obviado muchas líneas que acuñan el
apelativo “Oriente”, o sencillamente se ha asistido a ellas con la fascinación
o el recelo al estar frente a una rara
avis en la convicción de que no nos toca la sombra de siquiera una de sus
alas. Pero allí ha estado el hombre: desde la sacralidad telúrica y plural del
pensamiento filosófico de la India, hasta el depurado y minimalista cosmos
deontológico del Japón, oriente ha sido la oscura cara de La Luna que, o no
vemos porque no sabemos, o porque no queremos, pues no entendemos. El paraíso
metafísico de oriente, tan fecundo en perspectivas filosóficas, va, desde
muchas perspectivas materialistas, hasta un abanico de monismo espiritualista,
y el no dualismo.
Allí ha estado la tal vez difícil
caracterización de la filosofía oriental en la abundosa manera de hacer
pensamiento a través de letras que tenemos los herederos de occidente. También
por supuesto, en el curioso devenir de la historia y sus autores, que se
encargaron de unir puntadas, en un solo bastidor, obviando las intrincadas
urdimbres de otros bien montados. Tal vez que de aceptar aquello de que la
historia la cuentan los vencedores, hoy diríamos que los publicistas, y
occidente ha gozado milenios de ellos.
Pero no es para tocar ésta o aquella
razón el motivo de estas líneas. Es para ir “allende los mares”, para salir de
la ruta de los bastidores, que bien pudo o no unirse por puente de tierra, que
suficientemente estable se ha mantenido desde la última esculpida geológica que
el hombre tiene tatuada en su consciente o inconsciente colectivo. No. Estas
líneas intentan asomarse a uno de los tantos bastidores montados con asombrosa
estabilidad e ingenio, en el absurdamente llamado Nuevo Mundo.
MÁS ALLÁ DE LAS COLUMNAS
DE HÉRCULES
Como discípulo
de Sócrates, Platón, con la magistralidad de su mentor, se manejaba en la
dialéctica con la innegable precisión que aun asombra y emociona. De sus
diálogos más impactantes desde un punto de vista que llamaríamos mítico,
destacan el “Critias” y el “Timeo”, pues en ambas se expone, con vívida y
puntual descripción, más allá de las denominadas “Columnas de Hércules”
(estrecho de Cádiz, España), que se abrían hacia el océano Atlántico, la
existencia de una isla fabulosa “cual continente”, que en la repartición de la
Tierra por parte de los dioses, en lotes para cada uno, le tocó en suerte a
Neptuno, y la hizo crecer hasta la estatura de potencia capaz de ser amenaza
incluso para toda Europa, Asia, o mundo conocido, de no haber sido detenida por
un cataclismo de proporciones diluvianas, propiciado quizá por otros dioses… En
palabras de Platón, en el Timeo:
Porque
relatan los escritos cómo vuestra Ciudad paró una fuerza, ¡y cuán grande!, que
avanzaba, insolente e impetuosa, sobre toda Europa y Asia a la vez, salida de
allá: del océano Atlántico. Porque tal océano era entonces navegable: que tenía
ante su embocadura - a la que vosotros
denomináis, o llamáis, “Columnas de Hércules”- una isla, mayor que Libia y Asia
juntas; desde ella había entonces para los viandantes paso a las demás islas; y
desde las islas, a todo el continente que, frente a ellas, circunda tan
realmente mar. Lo interior a esa embocadura de que hablamos, esto - lo nuestro
- parece puerto de estrecha entrada. Mas aquel océano lo es realmente, y la
tierra que enteramente lo circunda llamaríase, verdaderamente, “continente”.
Pues bien: en esa isla “Atlantis” se constituyó con la de los reyes una grande
y maravillosa fuerza que dominó la isla entera, y muchas otras islas y partes
del continente. (Pág. 47)
Pero ubicándonos en la no más
realista crónica del mundo y su delineada geografía, ¿no podríamos reintentar
el mito ajustándonos a la realidad cartográfica?: más allá de las Columnas de
Hércules, está América. ¿Nuevo Mundo?, de Colón en adelante, ciertamente que
sí, puesto que de necesidades y reinventos estaba ávida una vieja y
oscurantista Europa rompiendo el cascarón medieval, pero si a bien vamos hoy
día reconsiderando los hallazgos avalados por tecnología de punta, que en este
siglo XXI mantiene el hacer y quehacer científico sin tregua, los restos arqueológicos,
y demás vestigios que pululan en toda la extensión del continente americano,
cuentan igual, si no más data, que los hasta hace poco considerados
manifestación de los albores de la civilización en el resto del mundo. Pero no
piedra, metal y cerámica se abordará en las próximas líneas, se esbozará,
describiendo, lo que si se profundiza, tal vez consista en una sistemática
crónica de las ideas de una civilización que delinea como ninguna conocida, el
rico pensamiento abstracto y profundamente filosófico del hombre en una
realidad hasta hoy desconocida.
“¡TIERRA, TIERRA!”... Y
PENSAMIENTO BAJO ELLA…
La llegada del hombre europeo a América, resultó en el
descorrimiento del velo medieval para el primero, y la mortaja para la segunda.
El renacimiento de una Europa avejentada y retrógrada, impulsado por las
ingentes riquezas americanas, abrió las puertas al conocimiento y al arte, los
dos bastiones de la humanidad, pero también corrió una cortina infranqueable
hacia quizá el verdadero tesoro del “Nuevo Mundo”: sus ideas.
De oro, plata y piedras, bien
abastecido el Viejo Mundo, dio cuentas para adquirir conocimiento en sus
predios, emancipar su cultura, y lograr la puja entre las distintas monarquías
imperantes y la absoluta Iglesia, y fue ésta, la principal detractora del
pensamiento americano. Bajo el signo de la cruz, todo cuanto contradijera el
dogma, debía ser destruido bajo sospecha o convicción de herejía. La “Santa
Inquisición” señalaba, y de inmediato se descartaba la idea, se quemaba el
códice, se fundía la imagen, se “ajusticiaba” al hombre.
La pérdida no tiene quizá parangón
en la historia de la humanidad, tal vez ni el diluvio universal sepultó tantos
valores como la conquista de las mal denominadas Indias. Sólo el arrojo y la
intuición, cuando no el conocimiento y comprensión de poquísimos hombres,
casualmente religiosos, preservó los minúsculos fragmentos de un conocimiento
que aun asombra por lo riquísimo y complejo. De ello, esbozaremos entre líneas.
UNA MIRADA… SIEMPRE DEL
OTRO
Asistir a la escritura de un pueblo, es asistir a sus
ideas. De ello adolece en muchos aspectos la historia de América. La
sistemática destrucción de códices, bibliotecas enteras que avalaban el
pensamiento y devenir de los pueblos americanos, el desconocimiento, en gran
medida por la muerte de intérpretes y letrados ajusticiados por herejía, que
imposibilitó la traducción de glifos o escrituras, así como la inexistencia de
los mismos (caso de la cultura Inca en el sur), plenó de orfandad la historia
de las ideas del continente.
La fortuita intervención de hombres
como Fray Bartolomé de Las Casas, que, a favor de los “indios” dio testimonio y
preservó para la posteridad información valiosa sobre lo acontecido en América,
o, la de Francisco López de Gomara, que igualmente testimonió, pero a favor de
los conquistadores, son parte del escaso asidero de la crónica de la conquista
y los quehaceres aborígenes. Ya Colón en sus cartas y diarios había manifestado
su asombro ante el Nuevo Mundo, seguido por Andrés Bernáldez, Pedro Mártir de
Anglería, Bernal Díaz del Castillo, y Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés,
entre otros. Pero hasta aquí la mirada del otro, a favor o en contra, pero del
otro.
UN PUZZLE LITERARIO
AMERICANO
El “Libro del Consejo” o “Libro de la Comunidad”, que es la
traducción de Popol Vuh, se considera como tal vez el más importante documento
literario de la civilización Maya precolombina. Su origen, autoría y data se ha
perdido, y lo nimba una historia un tanto extraña, pues se cree fue quemado y
destruido en el siglo XVI durante el incendio de la ciudad de Utatlán, capital
del reino Quiché, Guatemala, perpetrado en 1524 por el conquistador Pedro de
Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés. El texto, sin embargo, con todas las
características de la epopeya, se conservó en la tradición oral hasta que
probablemente un sacerdote maya lo reescribió en lengua quiché, pero con
caracteres latinos. Y fue en 1701, cuando los dominicos fundaron un convento en
Chichicastenango, que un sacerdote llamado Francisco Ximénez, descubrió en la
sacristía de dicho convento el preciado documento. Es al padre Ximénez, clérigo
dedicado al estudio y conocimiento de la lengua quiché, a quien se debe la
salvación de la obra para la posteridad, además de su traducción al castellano.
Tanto el Popol Vuh, como la obra del
padre Ximénez, estuvieron olvidados en el convento de Santo Domingo, hasta que
el Doctor Carl Scherzer, médico austríaco, obtuvo una copia del texto traducido
y lo publicó en Viene en 1857. Tiempo después, el abate Carlos Brasseur de
Boubourg, estudioso americanista, se traslada a Guatemala y obtiene la obra
manuscrita del padre Ximénez, publicándola en francés, en París, en 1891, con
el nombre que hoy se le conoce: Popol Vuh.
EL PENSAMIENTO DEL HOMBRE AMERICANO PRECOLOMBINO,
FILOSOFÍA DE VIDA Y MUERTE
El extraordinario
periplo acontecido al Popol Vuh, casi tan mítico como puede interpretarse su
contenido, hace del texto un objeto de valor incalculable como muestra
literaria de un mundo desaparecido, pero cobra aún más valor cuando su análisis
sortea lo valioso de su núcleo histórico y factura literaria, instalándose en
la sin par filosofía de una civilización con estatura y presencia. Tocar sus
líneas es asistir al pensamiento de un lejano ser humano que habitó América, y
del que seguramente se conservan vestigios en la particular idiosincrasia del
americano contemporáneo.
El
texto original en quiché aparece en forma corrida, más, tanto el padre Ximénez,
como el Dr. Brasseur, coincidieron en la división que hoy día conocemos, en
cuatro partes, y que para el actual lector o estudioso, facilita su
comprensión: una primera eminentemente teológica y cosmogónica, una segunda de
carácter ético, y una tercera y cuarta con predominio histórico y etnológico.
Esa primera parte cuyo valor teológico se ha llegado a comparar con la biblia
judeocristiana, y otros libros de origen, con la particularidad de su
politeísmo característico, presenta el origen de sus dioses, así como del
proceso religioso de una civilización que pasa de la adoración de los animales,
a la adoración de los astros, para desembocar en la adoración de seres con
apariencia humana (antropomorfismo), y esa humanidad que adora, también es
descrita dentro de un aspecto cosmológico desde su origen: no ha sido “hecha”,
sino que “se fue haciendo” consonantemente con el proceso evolutivo, y
perfectamente de acuerdo con una civilización agrícola. Reza inicialmente el
Popol Vuh:
Este libro es el primer libro, pintado
antaño, pero su faz está oculta [hoy] al que ve, al pensador. Grande era la
exposición la historia de cuando se acabaron de medir todos los ángulos del
cielo, de la tierra, la cuadrangulación, su medida de las líneas, en el cielo,
en la tierra, en los cuatro ángulos, de los cuatro rincones, tal como había
sido dicho por los constructores, los Formadores, las Madres, los Padres de la
vida, de la existencia, los de la Respiración, los de las Palpitaciones, los
que engendran, los que piensan. Luz de las tribus, Luz de los hijos, Luz de los
lagos, en el mar. He aquí el relato de cómo todo estaba en suspenso, todo
tranquilo todo inmóvil, todo apacible, todo silencioso, todo vacío, en el
cielo, en la tierra. He aquí la primera historia, la primera descripción. No
había un solo hombre, un solo animal, pájaro, pez, cangrejo, madera, piedra,
caverna, barranca, hierba, selva. Sólo el cielo existía. La faz de la tierra no
aparecía; sólo existían la mar limitada, todo el espacio del cielo. No había
nada reunido, junto. Todo era invisible, todo estaba inmóvil en el cielo. No
existía nada edificado. Solamente el agua limitada, solamente la mar tranquila,
sola, limitada. Nada existía. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las
tinieblas, en la noche. Sólo los constructores, los Formadores, los
Dominadores, los Poderosos del Cielo, los Procreadores, los Engendradores,
estaban sobre el agua, luz esparcida. [Sus símbolos] estaban envueltos en las
plumas, las verdes; sus nombres [gráficos] eran, pues, Serpientes Emplumadas.
Son grandes Sabios. Así es el cielo, [así] son también los Espíritus del Cielo;
tales son, cuéntase, los nombres de los dioses. (Pág. en línea)
Así también la segunda parte, tal vez
la más profundamente filosófica, plantea la interrelación de los hombres y los
dioses, el conflicto que viven los hombres entre el bien y el mal, y el castigo
que merecen los humanos cuando no ajustan su conducta a las exigencias divinas.
Ese hombre, creado luego de varias tentativas donde barro y madera resultaron
infructuosos, ése, que finalmente de maíz fue constituido para beneplácito de
los dioses, que veían en él un sempiterno adorador e incondicional servidor,
también falló, pero no en su naturaleza física, sino del modo más temido e
inesperado por los dioses: en su naturaleza racional. La rebeldía humana en
fin, se transmitió generación tras generación haciendo siempre del hombre el
hijo rebelde del padre divino, que se sabe finito, más se le hace inevitable
transgredir las leyes paternas. Sólo un rapto de arrepentimiento, seguido de
una oportuna y ajustada penitencia, mantiene esa particular relación donde el
hombre pende del frágil hilo del perdón, que sin embargo, y pese al volumen de
agravio, nunca se rompe. Tal vez, porque aunque ciertamente no como en la
biblia, el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, este hombre de maíz
gozaba del paternal celo de sus dioses, que en la sacrificial forma de
adoración de sus creaturas, sustentaban su amor. Así lo expresan las siguientes
líneas del Popol Vuh:
Volcán. ¿Quién habla de los muertos de
las tribus cuando los matamos uno a uno? [Así] se decían entre sí cuando iban
ante Pluvioso, Sembrador, Volcán. Cuando se pinchaban las orejas, los codos
ante los dioses, enjugaban la sangre y llenaban con ella la escudilla al borde
de la piedra. En realidad no era al borde de la piedra a donde venía cada uno
de los engendrados. Los de las Espinas, los del Sacrificio, se regocijaban de
aquella sangre [sacada] de ellos cuando llegaba aquel signo de sus acciones.
“Seguid sus huellas; tal es la salvación para vosotros…” (Pág. en línea)
La vida y la muerte hacen la
diferencia entre hombres y dioses: los primeros las sufren, los segundos las
sortean. Y en todos los libros de origen, la creación del hombre por parte de
los dioses tiene un mismo fin, y sigue casi las mismas pautas. Ese paralelismo
se hace revelador de la ascendencia única de la especie humana, y lo
constatamos independientemente de la diversidad de los pueblos, que, aunque con
matices distintos, tienen una forma casi simétrica de narrar sus orígenes, más,
es innegable que el Popol Vuh descuella en poesía a través de sus
metaforizaciones, la riqueza de sus imágenes, la pluralidad de sus elementos, y
el calibre de su hermetismo. Sin duda alguna estamos frente a una muestra
superior de la humanidad, de innegable carácter arcano, una voz “perdida en la
noche de los tiempos”, que definitivamente demuestra que si América aún se
considera “Nuevo Mundo”, su muestra humana puede denominarse el “Viejo y Sabio
Hombre”.
BIBLIOGRAFÍA
Platón
(1980) Timeo en: Obras Completas. Tomo
VI. Caracas: Presidencia de la República y Universidad Central de
Venezuela.
Popol-Vuh o libro del Consejo
de los indios quichés. [Página en línea] Disponible: http://es.scribd.com/doc/52468977/anonimo-popol-vuh
[Consulta: 2012 Noviembre, 15]
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