Robert Escorche*
En primer lugar, es preciso reflexionar sobre la exigencia moral de la práctica educativa con la pretensión de resaltar que se trata de una tarea intrínsecamente moral en donde necesariamente intervienen nuestros juicios y valoraciones. La educación es un proceso, siempre inacabado, de adaptación crítica en el que se transmiten preferencias o actitudes, unos valores, y más aún, o con un tratamiento específico. Si este proceso va destinado a las personas que han sobrepasado la etapa de escolaridad inicial, al fin de que tengan oportunidades de seguir adquiriendo y perfeccionando sus aptitudes, conocimientos técnicos y profesionales y actitudes, así como de participar activamente en la sociedad y de analizarla críticamente, según sus necesidades y con criterio propio, urge educar en valores, en unos valores apreciados y compartidos por todos y que posibiliten la convivencia en una sociedad democrática.
Educar en valores es algo que los profesionales de la enseñanza han hecho siempre, siguen haciendo y nunca podrán dejar de hacer. Toda acción educativa es ya una actividad cargada de valor, lleva implícitos unos valores. Ningún profesor, (y el de educación de personas adultas no es una excepción), puede pretender, sin engañarse a sí mismo, que se limita a realizar una labor de transmisión de los conocimientos que corresponden a su especialidad. Nunca se puede sólo enseñar, se educa siempre. Lo que hace educativa una acción docente no es tanto lo que consigue como resultado, sino los valores educativos que pone en juego.
En su práctica educativa cotidiana con personas, el profesorado hace algo más que dar clase: educa en valores. La educación empieza por sentirnos miembros de comunidades: familiar, religiosa, cultural...pero también como pertenecientes a una comunidad política concreta. Además de ser miembros de una familia, de una cultura, de una confesión religiosa, nacemos en una sociedad, pertenecemos a una comunidad política determinada en la que tenemos la categoría de ciudadanos. La educación en valores no puede limitarse a la construcción de la personalidad moral individual, debe interesarse al mismo tiempo por formar ciudadanos.
Quizás la única manera de compartir con los alumnos los valores básicos en los que creemos es mostrar, con nuestra práctica cotidiana, que esos valores son algo más que una hueca moralina con la que es fácil quedar muy bien: son algo tan importante que, en lugar de hablar de ellos, preferimos mostrarlos en nuestra actividad cotidiana.
*Estudiante de la Especialización en Docencia Universitaria (UNERG, Venezuela)
Imagen tomada de http://valentin-de-cella.iespana.es/utensilios.htm
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